EVANGELIO Y REFLEXIÓN DIARIA.
Fray Vito T. Gómez García O.P.
Convento de Santo Tomás (Sevilla)
1 Agosto 2025
Lectura del santo evangelio según san Mateo 13,54-58
En aquel tiempo, Jesús fue a su ciudad y se puso a enseñar en su sinagoga.
La gente decía admirada.
«De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?».
Y se escandalizaban a causa de él.
Jesús les dijo: «Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta».
Y no hizo allí muchos milagros, por su falta de fe.
Palabra de Dios.
"Os reuniréis en asamblea litúrgica"
No podía faltar la fiesta religiosa como un elemento esencial para el cultivo de las relaciones de los hombres con Dios. El Señor se lo dictó a Moisés apenas el pueblo de Israel se puso en camino hacia la libertad. Las consecuencias de la esclavitud son tan profundas que se necesita un esfuerzo permanente para liberarse de las antiguas ataduras. Las festividades, como es natural, reunían a las asambleas de gente. Dios mostró a los hebreos siete fiestas principales que, todas ellas, van a constituirse como una preparación para la fiesta continuada de la nueva Alianza.
Estas eran las festividades del pueblo elegido: Pascua del Señor, de los Panes Ácimos, de las Primicias, Pentecostés, de las Trompetas, de la Expiación y de las Tiendas o Tabernáculos. Cada una tenía sus tiempos y encerraba su contenido que miraba al pueblo y a la persona con relación a Dios.
La Pascua del Señor se estableció como fiesta para siempre antes de la salida de Egipto. Dios protegió a los israelitas y salvó sus casas marcadas con la sangre del cordero. La Pascua recordará a todos que se hallaban en camino, sin tiempo que perder, dispuestos a la marcha. Lo mismo la de los Panes ácimos. Traerá a la memoria su salida apresurada de Egipto, cuando tuvieron que envolver la masa todavía no fermentada y emprender velozmente el camino.
El festivo de las Primicias se refería al gesto de ofrendar a Dios los primeros y mejores frutos de las cosechas. Pentecostés, o solemnidad de las Semanas —cincuenta días después de Pascua—, era también una fiesta ligada a la agricultura y recordaba de manera especial la Ley de Dios entregada a Moisés en el Sinaí. La festividad de las Trompetas marcaba el comienzo del otoño e invitaba a la reflexión y el arrepentimiento.
La Expiación por los pecados, tanto de los sacerdotes como del pueblo, estaba unida con jornadas de ayuno y reflexión. Sacrificaban animales para purificar con su sangre y entregaban la carne para que se consumiera en un fuego purificador. La fiesta de las Tiendas o de los Tabernáculos se celebraba al final de la cosecha de los cereales y de los viñedos. Nadie se presentaba ante el Señor con las manos vacías. La Tienda recordaba a los israelitas la morada que los acogió durante tanto tiempo en marcha hacia la tierra prometida.
Las fiestas veterotestamentarias, sin duda, son como un anticipo o preparación del «año cristiano» que recorremos anualmente, siempre con la mirada puesta en la redención aportada por Jesús.
Jesús, autor de milagros y fuente de la sabiduría
Aunque los Evangelio componen una biografía de Jesús, bien puede afirmarse que acudió con asiduidad a la sinagoga de Nazaret. Estas instituciones albergaban asambleas de judíos piadosos. Las tenían en todas las poblaciones que habitaban, no solo en Palestina, sino también en los lugares en que formaban colonias en diáspora o dispersión.
Durante años participó en las reuniones sin hacerse notar, escuchaba las lecturas de la Ley antigua, seguía las explicaciones que ofrecían los rabinos y otras personas que se sentían en grado de hacerlo, cantaba salmos e himnos tomados de los libros santos. Alguno bien pudo fijarse en su compostura, fervor y atento seguimiento. Puede recordarse que, a los doce años, se quedó en el Templo de Jerusalén: «Al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y preguntando, todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas» (Lc 2, 46-47).
Comenzada la vida pública ejerció como maestro en las sinagogas. En la de Nazaret, en concreto, el antiguo discípulo llenó de asombro a sus conciudadanos. No les cuadraban dos cosas por ellos desconocidas: los milagros que obraba y la sabiduría con que hablaba. Ninguna de las dos correspondía al hijo de José el carpintero, ni al de María, su madre, ni a una persona bien identificada y conocida por su parentela.
Para realizar milagros se necesitaba un poder divino, «¿quién le daba al hijo del carpintero semejante poder? Para manifestar sabiduría, sin más, se necesitaba un aprendizaje, una asistencia a determinadas escuelas y nada de esto habían observado en Jesús de Nazaret. Además, no era cualquier sabiduría, sino la especial que salía de sus labios, «esa sabiduría», exclamaban.
El pasaje de san Mateo asegura el sentimiento de admiración, de encanto con que reaccionó semejante auditorio. No tardaron, empero, en pasarse de la maravilla al escándalo por lo que hacía y decía una persona sobradamente conocida y desconcertante. Jesús no encontró eco en los cercanos que distinguían a lo lejos hasta su timbre de voz. Lo consideraban demasiado suyo para que le dieran audiencia y acogida sin recelos.
«Vino a su casa y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11). Al Profeta de los nuevos tiempos, a la persona de Jesús, a su poder y sabiduría divina, solo se llega por medio de la fe. Este don se recibe en el subsuelo de la humildad y de la confianza total en Dios. Buen modelo lo tenemos en el santo que hoy se celebra, a saber: san Alfonso Mª de Ligorio, que siguió fielmente a la persona y doctrina de Jesús Redentor.
Fray Vito T. Gómez García O.P.
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